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Ellos tambien juegan

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Darel-Oba-Quaremz's avatar
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Prácticamente nací en este lugar. Llevo veinte de los veintiún años de mi vida, es este edificio. Aún así, tal como si se tratara de una casa, me limito a lo que conforma el recorrido de mi apartamento en el  5to piso, el ascensor, el pasillo de entrada, la eterna puerta blanca de metal que da hacia el estacionamiento ó la opaca puerta de vidrio que da hacia un poblado jardín de toda clase de helechos que jamás han conocido el filo de tijeras de podar y una puerta blanca gemela a la anterior que separa este solitario mundo con la calle principal de una de las tantas avenidas de esta ciudad. Esta historia, se remite al mundo detrás de los blancos accesos, lleno de pisos de granito claro y escaleras oscuras que desde pequeño pensé que no tendrían un fin.  No hay mucho que contar, a pesar de las aparentes cualidades fantásticas del sitio dadas en mi descripción, es un mundo donde el tiempo se halla detenido, del cual no tengo recuerdo como la mayoría de  la personas de mi edad con sus travesías entre pisos, escenario de amores, chismes, misterios y fiestas. La verdad es que este recinto tiene la peculiaridad de ser habitado única y exclusivamente por tres generaciones. Ancianos, infantes y adultos (padre de los infantes, obviamente); en mi recuerdo no existen personas que hayan sido contemporáneas a mí, después de cumplir mi 5to años de edad. Los infantes que llegaban a esta edad, se mudaban a otros sitios con sus padres adultos, los ancianos eran trasladados a casas de retiro si les alcanzaba el tiempo.

Sin lugar a dudas, no es fácil vivir en un edificio, incluye el respeto de ciertas leyes invisibles que para algunos "invisible" significa "inexistentes". La mayoría, yo inclusive, piensan que viven en pequeñas casitas elevadas y son los únicos presentes a kilómetros a la redonda, sin embargo, el concreto no llega a ser lo suficientemente aislante y de alguna manera todos vivimos en una simbiosis a la que nunca se logra adaptar. Los vecinos, infiero son las personas que me acompañan en el ascensor más de dos veces, donde sus nombres caben fácilmente en un solo dígito y si en caso de necesitar una especificación mayor, el dígito acompaña a una letra. "El tipo del 7", "la vieja del 10", "los niños de los del 3. ¿Cuál? Del 3-B", ó en casos sino ha existido una interacción previa en el ascensor, el nombre puede ser más complejo y viene dado por una posesión específica, "el del pastor alemán", "el del Fiat nuevo", "el que tiene la moto" y otros más por el estilo. Los extraños momentos en que se utiliza un nombre, ocurre después de haber necesitado un favor de alguno de los alfanuméricos andantes y es necesaria interacción humana.

Veinte años he habitado aquí junto con mis padres y mi pequeña hermana, y a lo largo de este tiempo pocas veces se ha presentado algún problema interpersonal, aparte de los típicos reclamos a la conserje, algunos robos fortuitos y alguna pareja tratando de resolver sus diferencias mediante el tradicional método del grito. Describo todo esto para que, quien se encuentre leyendo, tenga una idea de la incoloro de este habitad y sobretodo de su monotonía. No puedo negar, que siempre existió en algún momento puntual situaciones realmente molestas, taladros en la noche, el rodar de camas ó estantes, el zapateo repentino con tacones ó golpes con quien-sabe-que hacia el piso, que muy de seguro nosotros mismos realizamos en alguna ocasión y valió sordos insultos de los del 4to piso; cuando ocurren estas cosas en tu horario de sueño pueden resultar muy perturbadoras pero, como dije anteriormente, son puntuales y el concreto no puede aislarnos por completo. Mi narración comienza con uno de estos hechos poco frecuentes aunque normales, recuerdo estar muy cercano al sueño cuando un sonido agudo y repetido me apartó de mi estado somnoliento. Repetitivos golpecitos contra el granito del piso superior que aumentaban su frecuencia poco a poco, probablemente debo haber hecho caso omiso de lo mismos y tratar de dormir con todas mis fuerzas pero solo me fue posible horas después – pues tal cantidad de tiempo sentí que transcurrió – hasta que se detuvo el sonido. Esta clase de molestias sinceramente me sería imposible de recordar a no se que se hubieran repetido de la manera que lo hicieron, después de esa noche la siguiente, los insistentes golpecitos contra el granitos se escucharon de nuevo, en la madrugada. En la mañana me levantaba con el suficiente cansancio para haber olvidado la causa de la perturbación de mi sueño y continuar el día en aturdido estado. Aquel sonido repetitivo, dejo de escucharse por algunos días, quizás semanas, y luego volvían a aparecer provocando que diera más vueltas en la cama que lo usual. Aquel sonido contra el piso de roca tenía un sonido como de pequeñas piedras, como diminutas piezas de cristal extrañamente familiar para mí; una de esas noches de insomnio donde el peculiar "tac---tac--tac-tac-tatatatata" tendría un par de minutos de haber comenzado, mi estado de sueño y molestia excavaron mi recuerdo y entendí la familiaridad que tenía para mí ese perturbador sonido. ¡Metras! ¡Eran metras!, el sonido repetitivo era esas pequeñas esferas de cristal tal como con las que jugaban cuando me encontraba en mis primeros años en el colegio.

El molestoso ruido comenzaba otra vez y ya estaba seguro de qué lo provocaba, lo que lo hacia aun más inverosímil. ¿Qué clase de niño juega metras en la madrugada? Y peor aún, ¿qué clase de padre permitía semejante alboroto a esas horas de la noche. Recuerdo que muchas preguntas invadieron mi mente, ¿Cómo no se despiertan los padres? ¿Qué clase desconsiderados son aquellos? Y entre preguntas inútiles me pasaba la noche, transcurría el insomnio y sin duda alguna mi rendimiento en las clases de la mañana sería aún peor sumado a mi fastidio por estudiar. No hice nada respecto a los ruidos, y mentalmente conocía el horario en el que más o menos comenzarían, a veces tardaban más y otras no aparecían; existían momentos que aseguraría que el niño de cansó de esa clase de juegos y hasta consideré en mi mente a manera de broma regalarle alguna consola de video con esperanza que lo mantuviera ocupado.

No he sido una persona muy aplicada en mis estudios, a decir verdad, sufro de el terrible síndrome de fastidio académico tan frecuente a mi edad, pero, con o sin este me era necesario estudiar por obligado propia para aprobar las asignaturas, si era fastidioso estudiar, más lo era para una materia previamente cursada; en aquella época tal era la situación donde llegue a experimentar una significante cantidad de stress porque mis deficientes notas. Me era necesario enclaustrarme entre libros para obrar un milagro para aprobar la funesta materia. Y cierto día que logré salir más temprano de la universidad, me vine al apartamento a estudiar de manera intensiva para un examen que tendría que presentar al día siguiente.

Eran alrededor de las 4 de la tarde me imagino, el sol brillaba intensamente pero una suave y fresca brisa se colaba por las ventanas, el cielo se encontraba despejado mostrando una amigable tonalidad azul y las calles se encontraban despejadas. Un numero contado de carros atravesaba la avenida y en alguno que otro momento se  hacia escuchar el enfermo motor de un autobús. Un sonido de un bebe llorando a la distancia, voces apagadas desde en la cancha de futbolito al final de la esquina, la televisión de algún alfanumérico viendo alguna serie y el súbito sonido de un zipper tras tomar mi bolso para sacar mis libros de la universidad. Tendría 10 minutos de haber comenzado a meterme de lleno en un complejo mundo de fórmulas matemáticas cuando las metras comenzaron a sonar de nuevo. El puntiagudo ruido de cristal contra piedra, como aumentaba su frecuencia, imaginaba la irritante esfera dibujando arcos contra el suelo una y otra vez cada vez más pequeños, volvía de nuevo a veces con más fuerza – como si las lanzaran de una mayor altura – paraba por momentos y retomaba si odiosa melodía. Traté de concentrarme lo más que pude e intentar que la voz de mis pensamientos superara el del ruido del 6to piso, solo necesité un minuto más para clavar un puño en la mesa lleno de frustración. Cerré los ojos, conté hasta diez, llegué a veinte y cuando alcancé los treinta me levanté de súbito rechinando los dientes con rabia contenida a punto de perder los estribos. El sonido estaba tan presente en mi mente que no sabía cuando cesaba  o continuaba. Me encontraba solo en la casa así que el sonido hacia eco entre todas las paredes una y otra vez, las metras se multiplicaban al salir al pasillo de los cuartos y solo acentuaba mi malestar;  respire una bocanada de aire, cerré los puños y tomé las llaves que estaban en la cocina. Había llegado a un extremo, abrí la reja de mi apartamento y subí las escaleras imaginando que una vena sobresalía de mi frente, llegué al sexto piso y descargue parte de mi frustración en el timbre, repitiendo el insistente y chirriante sonido de las metras. Nadie contestó. Volví a tocar con más ahínco el timbreo durante un minuto, pero nadie apareció. Derrotado baje a mi apartamento de nuevo tragándome los insultos que deseaba proferir uno a uno. Fui a la nevera, tomé un vaso de agua y reanudé mis estudios, que a principio no me fue del todo fácil por tener la mente aun ahogada en rabia, como me fui clamando logré seguir el hilo de mi estudios en la recién conquistada tranquilidad; probablemente la insistencia del timbre les dio un buen susto al (os) niño(s) ó logró una posible reprimenda de sus padres puesto que no volvió aquel molesto ruido. Logré avanzar bastante, había aprendido dos unidades en tiempo record y  ya podía pasar a resolver los problemas planteados, los comencé sin problemas más hubo uno que me hizo tomar más tiempo de lo estimado y mi cerebro se encontraba tratando de darle solución a  lo que parecía imposible; repasaba varias veces los pasos dados e intentaba diferentes maneras de abordarlo, logré hacer algún avance descartando y estuve seguro que llegaba a resolver el planteamiento cuando el ruido apareció de nuevo.

Mi estado de tranquilidad se resquebrajó y tan como el aumento de frecuencia en los "tac's" una furia descomunal se apoderó nuevamente de mí, tomé la llaves nuevamente abrí la reja dejándola abierta, subiendo en zancadas las escaleras, mi corazón bombeando de ira y mis manos rojas por la compresión del puño, y lo levanté y aprovechando las espaciosas aberturas de la reja del apartamento descargue una serie de puñetazos contra la puerta de madera, el ruido se expendió por las escaleras, más poco me importó y golpeé con descomunal fuerza imaginando que llegaría a estriar la superficie. La puerta se abrió. Un reflejo me hizo alejar el puño, y me invadió la incertidumbre por una fracción de segundo, observando la madera golpeada alejarse solo unos centímetros,  e instantáneamente un coctel de vergüenza e incredulidad me invadió al observar un fragmento de un arrugado rostro seco, lleno de años, ojos melancólicos llenos de pánico,  perdidos y tenues hilos blancos que hacían de cabellos alcanzaron mi mirada. – ¿Dígame Joven?  - la voz parecía un susurro que era quebrado por el miedo. No era ningún niño. Probablemente seria el nieto de la señora. Aún así, ante el respeto que me inspiraban sus años no pude evitar un nuevo ataque de rabia y espeté de la manera más seca: - ¿Es que acaso cree que viven solos? Ah? ¡Pues le informo que tiene vecinos abajo y yo estoy sumamente ocupado haciendo algo que requiere concentración pero no puedo lograrlo porque su nieto, hijo, lo que sea no para de jugar con sus malditas metras, estoy harto de escuchar ese sonido de mi techo, aquí no vuelven a jugar! Quedé  sin aliento tras mis gritos y la anciana se limito a asentir con ojos llenos de pavor y antes que la puerta de madera se cerrara mi mente me hizo creer que observé los viejos arrugados labios en una sonrisa  que me sobresaltó un momento. Esa noche no escuché ningún ruido y pude dormir tranquilo, al día siguiente al estar de regreso en de la universidad me topé con la conserje limpiando el pasillo principal, después de un político saludo referí
– Ahm, ¿Los del 6 tienen un solo niño?
– No, tienen 2. Pero te refieres a los del 8. Me señalo la conserje
– Los del 6, ayer me acerqué porque  estaban haciendo mucho ruido, toqué y me respondió la abuela.
– No papá, en el 6 vive el Dr. Cárdenas con su perro. Y el 6-B ya lleva como seis meses desocupado.
– Pero la señora del…  - decidí detenerme cuando la conserje encarnó una ceja sugiriendo un posible problema de juicio de mi parte.  Lo más seguro sería que ni la misma conserje estuviera enterada de la ocupación de los apartamentos, esa misma noche el ruido regresó a la hora acostumbrada pero me encontraba demasiado casado para repetir una reprimenda como la del otro día, opté por hacer caso omiso al respecto y al día siguiente en la tarde cuando llegara de clases tener una nueva charla con la anciana, sin embargo mi plan no pudo llevarse a cabo.

Regresé a casa a la hora usual, y me encontré en la entrada del edificio un gran camión de mudanza; pasé de largo y seguí hasta el pasillo a esperar mi ascensor, en la pared opuesta (pisos pares) se encontraban dos individuos frente al otro ascensor, arrastrando lo que parecía ser una mesa de escritorio, la introdujeron con cuidado adentro y las puertas se cerraron. Observe la luz del tablero que indicaba porque piso iba pasando el aparato, dos, cuatro, seis… y se detuvo. Sin saber la razón, una tenue sensación de incomodidad me atacó y tome mi ascensor, al llegar a mi piso, me desvié y subí las escaleras nuevamente, antes de terminar de observar mis ojos abrieron al máximo y mi atónita mirada me hablaba de estantes, una nevera y el escritorio que antes había visto estaba siendo llevado al apartamento B, al 6-B. Se mudaban. Caminé despacio hacia la puerta para observar de reojo que el apartamento estaba vacío y se llenaba poco a poco con los artefactos que se transportaban los dos hombres.
- Me imagino que debes ser uno de los vecinos, mucho gusto me llamo Jessica. Dijo una voz femenina a mis espaldas, me dí la espalda y observe a una mujer de unos 40 años sonriente pero aparentaba estar exhausta. – Mi esposo José está trabajando y me dejó encargada de la mudanza, ¿puedes creerlo? Nos estamos mudando hoy.
- Estamos… a la… orden… soy del 5to piso – dije tratando de descifrar una serie de preguntas que me invadieron y dije – ¿Y la anciana que estaba aquí? ¿Su madre?
- ¿Ah? No te entiendo – sonrío desconcertada – mi esposo y yo compramos el apartamento hace seis meses, pero no habíamos venido porque nos encontrábamos de viaje. No se a quien te refieres. -  me explicó. Me despedí y regresé a mi apartamento nuevamente, tuve oportunidad en lo que llegaron mis padres de comentarle sobre nuestros nuevos vecinos donde mi madre confirmó que no teníamos vecinos "arriba" desde hace unos meses.

El pensamiento me dio vueltas toda la tarde y me acompaño al irme a dormir. Comencé a dudar de mi propio juicio y si en verdad fui al sexto piso y no al séptimo, comencé a idear varias teorías para justificar lo que vi sin llegar a la extravagancia. Era una noche muy quieta y las persianas no estaban del todo cerradas, por lo que mi habitación estaba pintada de un azul sedoso que nacía de los rayos de luna que se desbordaban de la ventana, las sombras de mi habitación adquirieron un movimiento lento como de olas marinas, provocado por el  suave viento que movía las laminas de la persiana. Miraba al techo tratando de imaginar, ver más allá, y me preguntaba si habría imaginado todo. Vencido por el sueño cerré los ojos y lancé la cobija por encima del rostro, cuando con una consistencia líquida deslizándose por mis sabanas el sonido de una esfera de cristal contra el granito del piso me despertó de súbito.

El sonido había regresado, el tac tac y sus disonantes acordes de compases rápidos tornándose violentos. No era mi imaginación, el ruido había regresado solo que, diferente. Era más nítido esta vez, más agudo, y más distante. El sonido no parecía estar amortizado por el concreto, no, parecía más vivo. Mis orejas se templaron instintivamente permitiéndome detallar el ruido, pero no venia del sexto piso. Coloque un pié en el gélido granito y cuando la metra se escuchó nuevamente un escalofrío me recorrió el cuerpo al percatarme que mi pié sentía la vibración de aquello golpeando contra el piso, cada golpe era una punzada, el sonido venia de mi apartamento. Tomé mi teléfono celular de mi escritorio, me puse de pie u note como las piernas vacilaban un tanto, el corazón había perdido el sueño y trataba de zafarse de mi cuerpo para cubrirse entre las sábanas, tome el pomo de la puerta y lo pasé sin hacer ruido, me percaté que la puerta del cuarto de mis padres y mi hermana se encontraban cerradas. La luz de la luna solo bañaba parte del pasillo de los cuarto y se degradaba en hasta llegar al negro cuando alcanzaba la sala-comedor, "tac---tac--tac-tac-tatatatata" sonaba de nuevo y esta vez lo escuchaba con una perfecta nitidez y aparte sentía las vibraciones que venían del piso fui caminando, internándome lentamente en la oscuridad de mi apartamento, cuando llegué a la mitad del pasillo ya la noche me arropaba, mis ojos imaginaron una silueta al final mientras mi mente gritaba "no pasa nada", el sonido se escuchó nuevamente, esta vez la metra venia hacia mi dirección rebotando poco a poco, mientras los tac's se acortaban tocando al unísono de mis venas, mi teléfono celular estaba bañado en un sudor fría que salía de mi mano, observe hacia la oscuridad del piso, el sonido paró y algo golpeó el dedo gordo del pié derecho. La garganta estaba seca, me arrodillé percatándome que le exigía un gran esfuerzo a mis rodillas que temblaban violentamente y sentí mis dientes golpearse entre sí, extendí mi mano para tomar lo que había golpeado y al tacto sentí un objeto esférico, de un tamaño un tanto mayor a una metra, liso, como pulido y a la vez se sentía con una especie de líquido aceitoso en él, pulsé una tecla cualquiera de mi teléfono para iluminar la pantalla, un grito nació y murió en mi garganta, mi mandíbula se dislocó de tal manera que me dibujó un alarido inexistente, los escalofríos regresaron moteados en horror al contemplar en mi mano, un ojo de vidrio; me levante casi resbalándome, un sonido delante mío hizo a mi cabeza voltear instintivamente, la puerta de mi cuarto terminó de abrirse completamente y los rayos de luna revistieron el pasillo hasta toparse con el cuerpo de una anciana, de piel arrugada y manchada, unos pocos dientes esbozando una macabra sonrisa, y un ojo melancólico extrañando su pareja en mi mano y una cuenca vacía; el espanto abrió la boca pero la voz nació fue de las paredes y una espeluznante risa se escuchó en la madrugada.






A partir de ese día, ciertas noches, me despierta el sonido repetitivo de aquel ojo de vidrio contra el granito del apartamento. Nadie más lo escucha. Solo yo. Aprendí a no levantarme de mi cama esas noches. Y ya que el sexto piso estaba ocupado al prohibirle al espanto los sonidos en el techo…  decidió tomar nuestra sala en las noches por que ellos también juegan.
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